En el año 1979 la Asociación
internacional para el Dolor (IASP) consensuó una definición, dijo: “El dolor es
una experiencia sensorial y emocional desagradable, generalmente asociada a un
daño tisular, es decir, de los tejidos del organismo, que puede ser real o
potencial, y cuya presencia se manifiesta por alguna forma de conducta
observable, visible o audible”.
Es importante destacar que el
dolor es una experiencia subjetiva y que la forma en que se experimenta puede
variar significativamente de una persona a otra.
Y para entenderlo mejor hay
que basarse en los distintos enfoques existentes.
El primer enfoque es el biomédico,
el dolor se considera una señal de daño de los tejidos o una disfunción del
sistema nervioso. Se centra en los procesos fisiológicos, como la activación de
los receptores del dolor, la transmisión de señales nerviosas a través de la
médula espinal y el cerebro, y la liberación de sustancias químicas, como la
sustancia P.
El tratamiento biomédico se
enfoca en el uso de medicamentos (analgésicos, antiinflamatorios), terapias
físicas y procedimientos invasivos, aunque sean mínimos, para abordar la causa
subyacente del mismo.
El segundo enfoque es el
psicológico, el dolor se considera una experiencia multidimensional
influenciada por emociones, creencias, expectativas y los comportamientos.
El dolor puede desencadenar o
exacerbar emociones como la ansiedad, la depresión, el miedo y la
frustración. A su vez, estas emociones
pueden aumentar la percepción del dolor.
Las creencias, las
expectativas, la atención y la interpretación del dolor juegan un papel
importante. Por ejemplo, catastrofizar
el dolor (pensar que es lo peor que puede pasar) puede empeorar la experiencia.
El dolor puede llevar a
cambios en el comportamiento, como evitar actividades, aislamiento social y
dependencia de otros. Estos
comportamientos pueden perpetuar el dolor y la discapacidad.
Cuando pensamos en dolor, lo
primero que nos viene a la mente es una sensación física desagradable. Sin
embargo, la psicología nos revela que el dolor es mucho más que una simple
señal nerviosa. Nuestro cerebro juega un papel crucial en cómo interpretamos
esas señales. Factores como el estrés, la ansiedad o incluso nuestro estado de
ánimo pueden intensificar o atenuar la percepción del dolor.
Pensemos en la diferencia
entre un dolor agudo, como el que sentimos al golpearnos, y el dolor crónico,
que persiste en el tiempo. Mientras que el dolor agudo suele ser una respuesta
directa a una lesión, el dolor crónico a menudo se entrelaza con factores
psicológicos. La preocupación constante, el miedo a que el dolor empeore o la
frustración de no poder llevar una vida normal pueden perpetuar y amplificar la
sensación dolorosa.
Afortunadamente, la psicología
nos ofrece diversas herramientas para manejar el dolor de manera más efectiva. El
tratamiento psicológico del dolor se centra en ayudar a los pacientes para mejorar
su funcionamiento y su calidad de vida.
Algunas de las intervenciones psicológicas más comunes incluyen:
Terapia Cognitivo-Conductual
(TCC): La TCC es un enfoque ampliamente utilizado que ayuda a los pacientes a
identificar y cambiar los pensamientos, las emociones y los comportamientos
negativos relacionados con el dolor. Les
enseña habilidades de afrontamiento, como la reestructuración cognitiva, la
resolución de problemas, el manejo del tiempo, técnicas de relajación y el
establecimiento de metas.
Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT), sobre la que hice mi tesis doctoral en la Facultad de
Medicina de la Universidad de Zaragoza: ACT se centra en ayudar a los pacientes
a aceptar el dolor como parte de su experiencia y a comprometerse con acciones
que sean consistentes con sus valores.
Promueve la flexibilidad psicológica y el enfoque en el presente. Para
el dolor crónico se hace ver al paciente que supondrá como llevar una china en
el zapato, de por vida, y que tendrá que acostumbrarse a ella si no quiere que
el foco del dolor sea su única razón de ser.
Técnicas de relajación y
manejo del estrés: Estas técnicas, como la respiración profunda, la relajación
muscular progresiva y la meditación, pueden ayudar a reducir la tensión
muscular, la ansiedad y la percepción del dolor. Al final te regalaré una
relajación progresiva de nuestro amigo Schultz.
Biofeedback: El biofeedback
utiliza sensores para proporcionar a los pacientes información en tiempo real
sobre sus respuestas fisiológicas (como la tensión muscular, la frecuencia
cardíaca) y les enseña a controlar estas respuestas.
Entrenamiento en habilidades
de afrontamiento: Esto puede incluir el desarrollo de habilidades de
comunicación, asertividad, resolución de problemas y manejo del tiempo.
Los grupos de apoyo, también
llamados GAM -grupos de ayuda mútua- pueden proporcionar a los pacientes un
espacio para compartir sus experiencias, aprender de otros y recibir apoyo
emocional.
Mindfulness: La práctica de
mindfulness puede ayudar a las personas a prestar atención al momento presente,
incluyendo las sensaciones de dolor, sin juzgarlas ni tratar de evitarlas.
Clave en la terapia de Aceptación y compromiso realizada, con los grupos de
pacientes de fibromialgia que pasaron para el experimento de mi tesis doctoral
por el centro de salud del Arrabal en Zaragoza.
El tratamiento psicológico del
dolor es más efectivo cuando se combina con otros enfoques de tratamiento, como
la medicación y la fisioterapia, dentro de un enfoque multidisciplinario.
Los psicólogos utilizan
diversas herramientas y técnicas para evaluar el impacto psicológico del dolor,
incluyendo:
Entrevistas: Para obtener
información sobre la historia del dolor del paciente, su impacto en la vida
diaria, sus creencias y expectativas sobre el dolor, y su estado emocional.
Cuestionarios: Para medir la
intensidad del dolor, la discapacidad relacionada con el dolor, el estado de
ánimo, la ansiedad, la depresión, las estrategias de afrontamiento y otros
factores psicológicos relevantes.
Observación conductual: Para
evaluar cómo el dolor afecta el comportamiento del paciente en diferentes
situaciones.
En definitiva, el dolor es una
experiencia compleja y multifactorial donde la mente y el cuerpo están
intrínsecamente conectados. Comprender la influencia de nuestros pensamientos y
emociones es un paso fundamental para manejar el dolor de manera más efectiva y
recuperar ese bienestar perdido.
El tercer enfoque es el social,
el dolor se considera una experiencia influenciada por factores sociales y
culturales. Se centra en cómo estos factores pueden afectar la forma en que las
personas experimentan y expresan el dolor, así como su acceso al tratamiento.
A este respecto, hace unos
años me invitaron a participar con una ponencia, en un Congreso en Barcelona,
para hablar sobre el dolor social del siglo XXI desde el enfoque psicológico de
los estudios de tercera generación y comprobé algo evidente: como la pobreza,
la discriminación, los conflictos, las crisis o la falta de acceso a la
atención médica, también son temas recurrentes de queja por parte de los y las
pacientes en las consultas médicas y psicológicas.
Y el último enfoque, que creo
que es el adecuado, es el biopsicosocial, dónde el dolor se considera una
interacción compleja entre los tres factores anteriores: biológicos,
psicológicos y sociales. Reconoce que el dolor no es simplemente una
experiencia física, sino que está influenciado por una variedad de factores
interrelacionados y su tratamiento debe ser integral.
En cuanto al estudio del dolor, decir que ha evolucionado
significativamente a lo largo de la historia. En las civilizaciones antiguas, se
creía que el dolor era causado por espíritus malignos o demonios que invadían
el cuerpo y se trataba con rituales, hierbas y procedimientos para expulsar a
estos espíritus.
En Egipto y Mesopotamia se
desarrollaron ungüentos para aliviar el dolor y se realizaron algunas
intervenciones quirúrgicas tempranas.
Ya en la Grecia Clásica, Hipócrates
y otros médicos comenzaron a observar el dolor desde una perspectiva más
naturalista. Aristóteles consideraba el dolor como una experiencia emocional
relacionada con el corazón.
En la Roma Antigua, Galeno
realizó importantes contribuciones al estudio de la anatomía y la fisiología,
incluyendo la comprensión del sistema nervioso y su papel en el dolor.
En la Edad Media la religión y
la filosofía dominaron la comprensión del dolor. Se creía que el dolor podía ser una forma de
castigo divino o una prueba de fe. Se utilizaron también remedios a base de
hierbas y oraciones.
El Renacimiento trajo un
resurgimiento del interés por la anatomía y la fisiología. René Descartes
propuso la idea de que el dolor era transmitido por nervios específicos al
cerebro. El desarrollo de la microscopía
permitió una mejor comprensión de la estructura del sistema nervioso.
En los siglos XIX y XX, el descubrimiento
de la anestesia revolucionó el tratamiento del dolor durante la cirugía. Se
desarrollaron medicamentos analgésicos más efectivos, como la morfina y la
aspirina. La teoría de la compuerta de Melzack y Wall proporcionó un nuevo
marco para comprender la fisiología del dolor. John Bonica impulso de manera
importantísima el estudio del dolor crónico, y la creación de unidades de dolor.
En la actualidad, la
investigación continúa avanzando en la comprensión de los mecanismos del dolor
y el desarrollo de tratamientos más efectivos. El enfoque biopsicosocial gana
fuerza, considerando los factores psicológicos y sociales que influyen en la
experiencia del dolor.
En resumen, el estudio del
dolor ha pasado de explicaciones sobrenaturales a una comprensión científica
cada vez más sofisticada, lo que ha llevado a avances significativos en su
tratamiento y manejo.
Seguro que has dicho alguna vez, o has escuchado, esta
expresión: me duele el alma.
El término "dolor del
alma" se usa a menudo para describir el sufrimiento emocional o
psicológico profundo, sobre todo si es crónico.
Dolores crónicos de espalda,
de cabeza o cuello; neuropáticos (dolor nervioso); artritis; o generalizados
como la fibromialgia y otros, son tratados a veces desde las llamadas unidades
del dolor. Allí se centran
principalmente en el tratamiento del dolor físico, reconociendo la estrecha
relación entre el dolor físico y el malestar emocional.
Se sabe que el dolor crónico
puede tener un impacto significativo en la salud mental, provocando depresión,
ansiedad e irritabilidad. Por lo tanto, las unidades del dolor a menudo
incluyen psicólogos y otros profesionales de la salud mental en su equipo para
abordar los aspectos psicológicos del dolor y ayudar a los pacientes a
sobrellevar el sufrimiento emocional. Además, los trabajadores sociales y los
capellanes pueden ofrecer recursos y apoyo adicionales para abordar las
necesidades básicas y espirituales de los pacientes.
Este ciclo entre el dolor
físico y el malestar emocional puede ser muy debilitante. Por ejemplo, una
persona con dolor crónico puede empezar a evitar actividades que antes
disfrutaba por miedo a que el dolor empeore. Este aislamiento social y la
sensación de pérdida de control pueden alimentar sentimientos de tristeza y
desesperanza. Reconocer esta conexión mente-cuerpo es el primer paso para abordar
el dolor de manera integral.
La atención también juega un
papel crucial. Si estamos constantemente enfocados en el dolor, es más probable
que lo percibamos con mayor intensidad. En cambio, cambiar el foco de atención
puede ser una herramienta poderosa para reducir su impacto.
Además, nuestras expectativas
y creencias son fundamentales. Si creemos firmemente que algo nos va a doler
mucho, es más probable que así sea. Este fenómeno se conoce como el efecto
nocebo, el opuesto al conocido efecto placebo.
Y, por supuesto, que nuestras
experiencias pasadas con el dolor dejan una huella en nuestro sistema nervioso.
Si hemos tenido experiencias dolorosas negativas, es posible que nuestro cuerpo
reaccione de manera más intensa ante nuevas sensaciones. El catastrofismo, esa
tendencia a pensar lo peor sobre nuestro dolor, y el miedo al movimiento, o
kinesiofobia, también pueden exacerbar la experiencia dolorosa y dificultar la
recuperación.
Uno de los problemas del dolor
es la medición, al ser subjetivo. No
existe una medida objetiva y directa del dolor; en cambio, los profesionales de
la salud y los investigadores se basan en diversas herramientas y técnicas para
evaluar la experiencia del dolor de un individuo. Estas son algunas de las
formas más comunes en que se mide el dolor:
Escalas de Calificación
Numérica (ECN): Se pide a los pacientes que califiquen su dolor en una escala
de 0 a 10, donde 0 representa "sin dolor" y 10 representa "el
peor dolor posible".
Escalas Visuales Analógicas
(EVA): Se presenta a los pacientes una línea de 10 cm, con "sin
dolor" en un extremo y "el peor dolor posible" en el otro. Se
les pide que marquen un punto en la línea que corresponda a su nivel de dolor.
Escalas de Descriptor Verbal
(EDV): Se proporciona a los pacientes una lista de palabras que describen
diferentes intensidades de dolor (por ejemplo, leve, moderado, intenso,
insoportable) y se les pide que elijan la que mejor se adapte a su experiencia.
Cuestionarios
multidimensionales: Estos cuestionarios, como el Cuestionario de Dolor de
McGill, evalúan no solo la intensidad del dolor, sino también sus cualidades
sensoriales (por ejemplo, punzante, sordo) y su impacto emocional.
Medidas de resultados
informados por el paciente (PROM): Los PROM son herramientas estandarizadas que
recopilan información directamente de los pacientes sobre su experiencia de
salud, incluido el dolor. Estas medidas pueden evaluar la intensidad del dolor,
la función física, el estado emocional y la calidad de vida.
La elección de la herramienta
de medición del dolor depende de varios factores, incluyendo el tipo de dolor,
el propósito de la evaluación y las características del paciente. Es común
utilizar una combinación de diferentes medidas para obtener una comprensión más
completa de la experiencia del dolor del individuo.
Medición del Dolor en
Fibromialgia,un síndrome de dolor crónico que se caracteriza por dolor
musculoesquelético generalizado, fatiga, trastornos del sueño y problemas
cognitivos, puede ser particularmente desafiante debido a la naturaleza
compleja y fluctuante de los síntomas. Se
utilizan algunas herramientas específicas para evaluar el dolor y otros
síntomas asociados con la fibromialgia:
Índice de Dolor Generalizado
(WPI): Mide el número de áreas del cuerpo donde el paciente ha experimentado
dolor en la última semana. 18 puntos … Los criterios del ACR incluían la
existencia de al menos 11 de 18 puntos sensibles (definidos como dolor moderado
o intenso, a una presión menor o igual a 4 kg.) en presencia de un dolor generalizado
de más de 3 meses de evolución y constituían la más sensible, específica y
forma segura de diagnóstico del SFM, en ausencia de alteraciones radiológicas y
analíticas.
Escala de Severidad de los
Síntomas (SSS): Evalúa la gravedad de la fatiga, los problemas de sueño y los
síntomas cognitivos.
Conjunto de Criterios de
Diagnóstico de Fibromialgia: La combinación de WPI y SSS se utiliza a menudo
para diagnosticar la fibromialgia y evaluar la gravedad de la enfermedad.
Cuestionario de Impacto de la Fibromialgia
(FIQ): Evalúa el impacto del dolor y otros síntomas de la fibromialgia en la
vida diaria del paciente, incluyendo la función física, el estado emocional y
la calidad de vida.
Tampoco sabemos medir el dolor
en los recién nacidos y es un viejo problema: hasta los 80 se les operaba sin
anestesia: Una revisión sistemática
concluye que ninguna de las escalas disponibles para evaluar el dolor en
neonatos es fiable para la práctica clínica, un problema que viene de lejos y
se agrava con los prematuros, a los que se sigue intubando sin analgesia en
muchos centros.
Los bebés se comportan de una
manera cuando se sienten bien y de otra manera cuando sienten dolor. Cada bebé
responde de manera diferente y no siempre reaccionará del mismo modo.
Para avisar que tienen dolor,
los bebés usan una combinación de comportamientos. Estas señales se pueden
observar aun cuando el bebé no siente dolor; sin embargo, por lo general,
aparecen combinadas cuando sí lo siente.
- Llanto: puede que el bebé llore con fuerza.
El llanto a menudo es más agudo y de mayor duración. Los bebés prematuros o muy
enfermos y que no tienen energía, podrían mantenerse callados aunque estén
incómodos.
-
Gestos: algunos bebés fruncen el ceño
(arrugan la frente), aprietan los ojos y, a veces, les tiembla la barbilla.
Esto se observa incluso en algunos bebés conectados a un respirador.
-
Tensión muscular: algunos bebés tensan los
músculos, encogen los brazos y las piernas, o a veces estiran todo el cuerpo. A
veces aprietan los puños o mantienen el cuerpo rígido. Los bebés que están muy
enfermos podrían perder la tensión muscular y quedar con el cuerpo suelto.
-
Irritabilidad: los bebés que tienen dolor a
menudo están irritables, inquietos y es posible que no quieran comer y no
puedan dormir.
-
Movimiento: el grado de movimiento
dependerá de la salud del bebé y el nivel de energía que tenga. Algunos bebés
se retorcerán y doblarán vigorosamente los brazos y las piernas; mientras que
los bebés más delicados se quedarán muy callados y sin moverse.
-
Perturbación del sueño: Los bebés que
tienen dolor tienden a estar más irritables y a dormir menos. Algunos bebés se
retraen y parecen estar dormidos todo el tiempo.
Otro elemento importante a
considerar es la somatización, que es un proceso psicológico por el cual
malestares o conflictos emocionales se expresan a través de síntomas físicos.
En otras palabras, la mente "habla" a través del cuerpo cuando las
emociones no se gestionan o expresan de manera adecuada. Estos síntomas físicos
son reales y pueden causar un malestar significativo, aunque no se encuentren
causas médicas que los expliquen por completo.
La somatización puede
presentarse con una amplia variedad de síntomas físicos, que varían de persona
a persona. Algunos de los más comunes incluyen: diversos dolores, problemas
gastrointestinales, fatiga, mareos, temblores, problemas de visión o audición,
palpitaciones, problemas respiratorios o síntomas dermatológicos como
erupciones cutáneas, y otros.
Es importante destacar que las
personas que somatizan no están fingiendo sus síntomas. El dolor y el malestar
que experimentan son genuinos, aunque su origen principal sea emocional.
¿Y es lo mismo umbral que
tolerancia al dolor? Pues no:
El umbral del dolor es la
intensidad mínima de un estímulo que una persona percibe como doloroso.
Los factores que pueden
influir en el umbral del dolor: genéticos, psicológicos (estado de ánimo,
estrés), sociales y culturales.
Y la tolerancia al dolor es la
intensidad máxima o la duración del dolor que una persona puede soportar. Puede
variar entre individuos y en la misma persona a lo largo del tiempo.
¿Y qué relación hay entre las
neuronas espejo y el dolor?
Las neuronas espejo son un
tipo de neuronas que se activan tanto cuando realizamos una acción como cuando
observamos a otra persona realizar la misma acción. Se cree que estas neuronas
juegan un papel importante en la comprensión de las acciones, intenciones y
emociones de los demás, lo que subyace a la empatía y la imitación
En relación con el dolor, las
neuronas espejo podrían estar involucradas en la empatía por el dolor. Cuando
vemos a alguien experimentar dolor, nuestras propias neuronas espejo se
activan, lo que podría generar en nosotros una sensación vicaria o un
entendimiento de su sufrimiento. Esta respuesta empática puede variar en
intensidad entre individuos.
Por cierto, a propósito de los
circuitos del cerebro involucrados en el dolor, el otro día leí un artículo muy
interesante titulado:
PARACETAMOL CONTRA EL DESAMOR
¿PUEDE UN ANALGÉSICO COMÚN ALIVIAR EL DOLOR EMOCIONAL?
El autor destaca que el dolor
emocional no es solo un sentimiento abstracto, sino una experiencia real que
involucra a nuestro cuerpo del mismo modo que una herida física. Y que también
se puede tratar con un analgésico, al igual que el dolor de cabeza, porque la
ciencia ha demostrado que el dolor emocional y el dolor físico comparten en
nuestro cerebro determinados circuitos del dolor. ¿Curioso no?
Otro factor protector es la resiliencia. La resiliencia puede mitigar
el impacto negativo del dolor y promover la adaptación, pues se define como la
capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un
estado o situación adversos.
¿Eres una persona resiliente?
- ¿Regulas las emociones?: Mantienes
la calma y el equilibrio emocional incluso ante el dolor intenso.
-
¿Mantienes una perspectiva
positiva?: Te centran en tus puntos fuertes y en las posibilidades, en lugar de
insistir en las limitaciones del dolor.
-
¿Buscas y utilizas el apoyo
social?: Conectas con otras personas, compartes sus experiencias y aceptas la
ayuda.
-
¿Participas en estrategias
activas de afrontamiento?: Tomas medidas proactivas para controlar el dolor,
como seguir las recomendaciones médicas, hacer ejercicio suave o practicar
técnicas de relajación.
-
¿Encuentras un sentido de
propósito a tu vida?: Participas en actividades significativas, como dedicarte
a aficiones, ser voluntario o fijarte metas, para dar sentido a la vida más
allá del dolor.
La resiliencia no es un rasgo
fijo, sino una capacidad que puede cultivarse y fortalecerse.
Aquí te dejo algunas estrategias
que te pueden ayudar a desarrollar tu resiliencia ante el dolor:
1. Construye conexiones:
Fomenta relaciones sólidas y de apoyo con familiares, amigos u otros.
2 Practica la atención plena y
la aceptación: Céntrate en el momento presente, acepta el dolor sin juzgarlo y
deja de lado los pensamientos negativos.
3 Desarrolla habilidades de
afrontamiento: Aprende técnicas de resolución de problemas, establece metas
realistas y controlar el tiempo con eficacia.
4 Promover el autocuidado: Da
prioridad al descanso, a la nutrición, el ejercicio y las actividades que te aporten
alegría y relajación.
5 Y también, busca ayuda
profesional: Un psicólogo o terapeuta puede proporcionarte orientación, apoyo y
estrategias personalizadas para desarrollar la resiliencia y afrontar el dolor.
En conclusión, el dolor puede
suponer un reto importante para tu resiliencia. Sin embargo, al fomentar la
resiliencia, puedes aprender a adaptarte mejor al dolor, mantener tu bienestar
y llevar una vida más significativa, plena y feliz…, la que realmente te mereces.