lunes, 6 de junio de 2011

ALMA...

AL LADO DE TU ALMA ESCUCHABA EL SILENCIO DEL RUIDO

Tenía problemas al subir aquellos riscos que surcaban sendas envueltas por el paso del tiempo y escondidas en su erosión.  Con impulso,  sobrealiento,  medio a ciegas, me aproximaba al objetivo. Miraba hacia atrás para observar todos los detalles desde cualquier perspectiva. El viento reinante era dueño de la altura y mecía a su paso las hojas de los frutales que se agolpaban cerca del caudal lento del riachuelo.

A veces, los cuatro puntos de apoyo eran necesarios en la, por otra parte, plácida escalada. La vuelta a los orígenes de la evolución del hombre primaba el acontecimiento,  rodeando la naturaleza en perfecta simbiosis. Los olores, en esa posición medio tumbada hacia delante, eran más precisos, distinguiéndose a la perfección el tomillo y el romero, dando las fragancias sensaciones de alivio como aromaterapia de alto coste y mejor envasado.

En contacto con aquella realidad vislumbré varias casas apiñadas y derruidas casi en su totalidad. Parecía que esperaban el fenecer inmediato, pero sin prisas. Su construcción semejaba la idea de infinito. Cañizos casi  irreconocibles, maderos en posición relajada, piedras colocadas anárquicamente, adobe confuso y ajado, hogares y cocinillas que no echaban humo pero tenían huellas, se sucedían en un discurrir por calles reconquistadas o inauguradas después de muchos años sin vida.

El color de las paredes discurría  entre azules celestes y lívidos rincones que se abrazaban con fuerza para no desprenderse de esa historia pasada y llena de huellas, cargada de gentes,  envuelta en gritos, presenciando lloros, desahogando risas, sufriendo  bombas...

Pasados los restos del cementerio y la capilla  te aproximaste, medio en equilibrio, a lo más alto del monte para recordar, en silencio, parte de tu vida. Allí estabas, en aquel paisaje cercano a tu corazón, emblemático, lleno de aire, de restos, recuerdos, trabajos, piedras, y a pesar de todas sus circunstancias adversas de abandono y soledad, lleno de vida junto a ti.
                             
En ese mismo punto y al cabo de un rato te escuché citar, imperturbable, añoranzas espirituales. Sentada en la ladera eras parte de ella. Tu rostro dibujaba emociones y tu figura se elevaba para saludar al cielo infinito. Mirabas viendo algo más que el presente y quizás esperabas descubrir parte de tu destino en ese oráculo. Al confesarme que allí estaba tu alma me di cuenta de lo que representaba  aquel espectáculo de la naturaleza y percibí en la tierra los poros de tu piel y la dulzura de nuestros encuentros.


Ahora que estoy escribiendo estas líneas, vuelve todo el cuadro de ese pueblo abandonado y todavía percibo tu presencia en lo más alto. Probablemente haya algo más que una alma en ese lugar. Hay más vida de la que representa su soledad  y más ruido que el propio del viento. Latidos, efluvios, silencios rotos, gente que pasea, niños que juegan, chimeneas que echan humo, animales en cautiverio, motores que destripan, familias que lloran la muerte, ríen la vida, recuerdan el pasado y esperan el futuro, desfilando en procesión como recuerdos resucitados.

A nadie se ve, pero no hace falta divisar mucho para darse cuenta de tanto y tan profundo. Si alguna vez no sé dónde encontrarte me dirigiré allí y no diré nada, simplemente dejaré que mi corazón, mis ojos y todo mi cuerpo hagan lo que deseen y aprecien la conjunción del cielo, la tierra, tú y yo. 

         
                                      

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