miércoles, 27 de julio de 2011

EL CONTADOR DE CUENTOS...

EL CONTADOR DE CUENTOS QUE LLEGÓ A SER REY

Todo lo más ansiado en la vida de aquel contador de cuentos, suponía meterse de una vez por todas en el pellejo del encantador de serpientes, del bello príncipe esperado por la dulce princesa, del ogro sin límites de altura y peso
La apoteosis con éxtasis incluida se daría en el momento en que un Rey cualquiera de sus relatos le cediera la poltrona y la corona, aunque fuese por breves momentos
Y eso fue lo que sucedió un día. Era su 12.726 día de existencia, cuando a las 16 horas y 40 minutos de una tarde cerrada de invierno se le personó el Rey buscador de la sabiduría. ¡Qué extraño!, a ese no le conocía, ni siquiera había oído hablar de él. ¡Pero qué curioso y agradable!, sería una nueva experiencia, una experiencia sin igual. ¡Bravo! se dijo, esbozando una sonrisa de felicidad, radiante y total.
Se sentaron frente a frente el contador de cuentos y el Rey buscador de la sabiduría. ¡Increíble pero cierto!
No era un Rey cualquiera, no se parecía a ninguno de los que conocía el contador de cuentos. Tenía un halo especial, un misterio particular. Se respiraba seguridad y paz a su lado. ¡Qué momento, qué momento!.
Comenzó el Rey a explicarle su existencia de esta manera:

Querido y estimado contador de cuentos, artista de niños y mayores, recreador de fantasías y hacedor de vidas fuera de laboratorio. Hacía tiempo que te buscaba. Mucho tiempo sí. Ya sabes que soy el Rey buscador ... de sabiduría y podríamos añadir ... de confidentes. ¡Al fin te hallo, querido amigo!
Comenzaré presentándote mis respetos por la labor que desarrollas y te encomendaré el secreto que he encontrado después de buscar y perseguir toda mi vida a la sabiduría.
Donde yo reinaba era un lugar pacífico, armonioso, de buena gente.
Como Rey tenía una preocupación especial  la de servir de la mejor manera posible a mi pueblo. Era mi interés encontrar la sabiduría para el reino y por eso mandé llamar a mis sabios. Los reuní en cónclave y les dije que me presentaran a la sabiduría en su totalidad.  Yo tenía entonces treinta años
Cuando pasaron cinco años recibí noticias de mis sabios y de la resolución de mi encargo. ¡Ya la habían encontrado!.
 Se presentaron en el palacio con doscientas mulas cargadas de libros en sus alforjas. El sabio más sabio dijo que allí, en las alforjas, se encontraba la sabiduría. Yo, que tenía demasiadas cosas que hacer en mis tareas como Rey le espeté que no vendría nada mal que la resumieran en menos volúmenes para que fuera más asequible. Exclusivamente fueron estas las palabras pues me sentía muy desilusionado.
Al cabo de diez años se volvieron a presentar mis sabios, que después de tanto tiempo habían resumido la sabiduría en una tercera parte aproximadamente. Yo por entonces rondaba los cincuenta veranos y me sentía algo cansado como para empezar a leer tanto y tan variado, con el añadido  que quizás no encontrara con plenitud la sabiduría que buscaba.
Les di otro tiempo de resumen a mis sabios.
Ya estaba casi ciego por mi edad cuando regresaron los sabios (que por ellos no pasaba el tiempo, al menos más despacio que por mi persona). Los libros que traían cabían en tres mulas con sus alforjas repletas. La tarea de los sabios había sido magnífica pero yo ya no leía y no quería que nadie se enterase de lo que buscaba con tanto ahínco. ¡ Sólo yo sería el Rey de la sabiduría!.
Les pedí el último favor a los sabios, que resumieran en letra grande e inmortalizaran con el menor número de palabras posibles a la sabiduría.
No me dio tiempo, pues ya estaba moribundo, cuando se reunieron los sabios al pie de mi cama en visita de despedida como fieles servidores. Yo había recibido los santos sacramentos y esperaba a la muerte, aunque me resistía a marcharme de ese mundo sin conocer lo ansiado. Por eso llamé al más sabio de los sabios y le pregunté: Dime sabio de los sabios ahora que me voy sin conocer la sabiduría,  ¿qué es para ti la sabiduría?, descríbemela en pocas palabras. Y este sabio de los sabios me contestó al oído

Majestad con mis mayores respetos he de decirle que LA SABIDURÍA ESTÁ EN QUE NACEMOS, VIVIMOS SUFRIENDO Y MORIMOS SIN MÁS.
Plácidamente me dejé arrastrar por la guadaña hasta sus últimas consecuencias. Había hallado la sabiduría, ésta era mi muerte.
Todo esto te cuento a ti, contador de cuentos, para que seas lo que yo no pude ser en vida:  SABIO.
El contador de cuentos se sintió el hombre más feliz y dichoso de la creación, como si hubiese recibido el testigo del Rey buscador de la sabiduría.
                        
.... por fin llegó a ser REY.

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