domingo, 25 de septiembre de 2011

LA FRONTERA

Tumbado sobre la hierba miraba el cielo inmenso de una tarde primaveral. En abrazo pletórico, con su belleza luminosa, completaban el magnífico escenario visual dos solemnes pinos que iban descubriendo poco a poco el paisaje empíreo en un vertical bicolor. Dejando huellas de austeridad y elegancia cortaban sus copas la plenitud dando paso a un mundo sin barreras, sin prejuicios, libre de tapujos o recelos; un espacio sin documentos de acreditación natural en busca de huellas históricas proclives a la amenaza o acusación; un lugar sin preguntas capciosas tendentes a la confusión psicológica para cambiar la contestación a la fuerza.

Tapados mis oídos para disfrutar de ese espectáculo y no ser mediatizado por ruido de fondo alguno, correspondiente a la vida que bulle en cada persona acelerada, objeto inútil, condición o acto innecesario, acabé cerrando los ojos para pensar dónde quedaban las fronteras de mi imaginación y el límite de la realidad.     

De repente el talante de la confusión se encerró en mi cuerpo por la situación mental provocada al reconocer ciertas imágenes y expresiones  correspondientes a vulgares  y   salvajes cercos humanos. Mi dolor de sien imprimó carácter ante tanta maledicencia entre gentes, espacios, aires y ambientes. Comprobé como la controversia renace entre conquistadores precoces, que no contentos con lo que tienen desean de manera insaciable extender sus poderosos tentáculos sobre cualquiera que se despista un tanto o baja la guardia, con el propósito exclusivo de la ambición y del reconocimiento social.

La prisión de amarras insoportable que los desalmados someten a sus lacayos, la esperanza de renacer a un nuevo mundo existencial, el reencuentro con familiares cercanos salvadores de tanta desdicha, la expropiación forzosa de corazones solitarios vacíos de amor por su circunstancia, y el abrazo consternado de quien busca consuelo, son algunos de los principios inspiradores de tanto absurdo precipitado por tanta injusticia viva.

Lloraba la fotografía de mi retina. En ella  presenciaba a una mujer con su niño en brazos. Quedaba ésta sentada, parecía cansada como si de huir fuera, escapando de una realidad imposible de digerir, sin rumbo determinado pero en busca de oxígeno como estrella guía. Acorralada por la muerte o contagiada de tantas desgracias, hambres e inmundicias, persiguiendo  mejor suerte con destino entre lo místico y lo obligado.
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Anudados por el destino jugueteaban sin palabras la madre y su hijo. Alejados por la edad y el devenir ponían en común el material de la necesidad para sobrevivir. Ropas descoloridas, rotas por el transcurso del tiempo, dibujaban las figuras morenas, cambiadas en el abuso de la especie humana y definidas en modas de elegancia o servidumbre. 

Tacto y risa de plenitud marcaban la mirada cercada por arrugas de mujer sensible en contacto con la ternura de su descendencia. Ajada por preñarse de labores y preñada por ajarse de hombres, de miserias y de resignación desmedida. Labios plenos de silencio circundaban gritos de paz, promoviendo alivios de guerra, rozando la savia amarga de la vida, detrás de un aire limpio o menos contaminado.

Presente, futuro, pasado, se daban cita en el punto oscuro del negativo cuan plañideras que someten su presente a su futuro ya pasado, derramando con ira contenida lágrimas sin  brillo y de sabor a hiel.

Ahí estaba la frontera de la injusticia, la que separa mundos, ideas, corazones y almas. La línea divisoria existencial entre quien se lanza a las barricadas por salvación de los allegados y amados,  y  la sinrazón que prevalece por encima de lo solidario, convirtiéndose en circunstancia impuesta, obligada, encadenada al destino o sino de cada cual.

Triste alambrada la que determina lugares, reparte normas, obliga a elegir, envilece la acción libre de los hombres e impone con puño de hierro los hitos, paradas, fondas, corrientes, dirigentes,... orden y mando, lo tomas o lo dejas, estás conmigo o contra mí,... retando con insultos a quién busca paz, armonía, equilibrio o simplemente pan.
A partir de las ramas de los pinos  que inspiraban la dulzura del momento y de mi sueño, que decoraban la  utopía azulada, abrí los ojos, destapé mis oídos y descubrí que la frontera me rodea a cada paso por ser realidad física, social y también psicológica.

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