LA BELLEZA NEGADA
“El pilar del orden social reposa en que es preciso que cada cual mire con serenidad lo que es, lo que hace y a lo que aspira, su salud y su enfermedad, su pobreza, su bienestar, su honor, su apariencia raquítica, y que se diga: YO NO QUIERO CAMBIARME POR NADIE. El que quiera trabajar por el orden social trate siempre de implantar en el corazón de los hombres esta filosofía serena de la negativa a cambiar y de la ausencia de celos”
Friedrich Nietzsche
En todas las conversaciones que tenían cierto peso específico de belleza y destellos de armonía parecida, siempre se colocaba la barrera del tópico y la conmiseración. Aludida y elogiada por doquier en sus características más fetichistas que atraían como imanes a sus incondicionales, les ponía matices, peros y señales. Nada le sacaba de sus casillas más que escuchar afirmaciones que no se correspondían con su personal opinión. Si los ojos eran faros de mar en calma para su adulador, las cejas dos destellos perfectamente direccionados, la nariz su vertiente más caudalosa, los pómulos dos islas repletas de exuberante vegetación, la boca un puente que unía las aguas cristalinas de las aguas oceánicas y el cuello como boya que guía los destinos de los más intrépidos marinos; para ella toda la descripción resultaba cargante, hiriente, de mal gusto y remozada de una pedantería propia de románticos trasnochados, en clave pseudointelectual maquillada por augures.
El espejo no era fácil transmisor de dicha para la reflejada, más bien marcaba la pauta de una imagen irreal, llena de defectos comparados y de abusados trazos poco atrayentes para sí. Además, las arrugas habían hecho acto de aparición como ejército desfilante en día de patrona. La edad, esa pesadilla que viaja en metro de cercanías y no se detiene en ninguna estación, era de un ruido ensordecedor. Cuando menos lo esperaba, de una cursilería tal que enfurecía a cualquier mortal con poco pensar en lo vivido, en las circunstancias agravantes y en lo que acarrea la duda de la desidia física.
Ni siquiera los actos de infidelidad cometidos la salvarían de la pira, ya encendida, de su malestar incondicional, de sus reproches de abatimiento; y todo por negar la belleza que otros veían en ella.
Se apuntó al “club de los feos”, una organización social con tintes de humanidad, creada en una coyuntura propia de cuerpos embebidos de pesas, maquillajes de virtuosidad casi santa y estilizados tipos de proporciones matemáticas, carnes engominadas, pelos retocados, operaciones para irreconocidos y extremidades postmodernas y psicodélicas.
Las reuniones de terapia se producían los domingos por la tarde y consistían en demostrar, cada uno de los presentes, cuáles eran las mayores barbaridades escuchadas a propósito de la belleza, ensalzando con las peores ropas y la distorsión más premeditada de conjunto, el común denominador sobre la fealdad, sus derechos y las modificaciones enmendables a la constitución.
Ciegos, sordos, cojos, beodos, enanos, gibosos, deformados y disminuidos se agrupaban casi en su totalidad; desencantados, frustrados, fracasados, arruinados e idos completaban el grupo.
Tampoco la buena suerte la acompañó en esta ocasión, no tardaron mucho tiempo en darse cuenta los presentes que aquella mujer tenía mucha valía y sobresalía por sus dotes. Decidieron nombrarla presidenta para que los representara en cualquier acontecimiento o situación. Tal fue el cúmulo de piropos recibidos que con celeridad presentó sus quejas, protestas desairadas y la petición de baja del club, extremo que fue rechazado por unanimidad, pero que elevó a decisión irrevocable.
Se marchó despavorida a mirarse de nuevo al espejo y retar a quien hiciese falta. Mientras se contemplaba sonaba en el ambiente una canción que decía: “voy caminando por esa larga y solitaria carretera. ¿A dónde?, no sé decirlo”... Reflexionó por un momento y no tuvo más que aceptar toda su realidad negada, sus componendas y diatribas. Porque el deseo ha sido y es aún una cuestión de largo alcance.

“A la dulce Atalí, soñada y recreada por Lipá, pues sus ojos no sólo eran con lo que miraba sino también todo aquello que veía”.
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