miércoles, 23 de octubre de 2024

ACEPTACIÓN

Hace unos días me llamó la atención un estudio reciente, de una organización benéfica de salud mental juvenil, en el que se revelaba que a tres de cada cuatro niños de hasta 12 años no les gusta su cuerpo y se avergüenzan de su apariencia, aumentando la estadística a ocho de cada 10 jóvenes, de 18 a 21 años. Es decir, tenemos un problema serio de aceptación en nuestra infancia y juventud.

Aceptación es un término que se utiliza para reconocer, admitir y dar consentimiento a algo o a alguien. No tiene porqué ser estar de acuerdo. 

Es importante diferenciar la aceptación de la resignación pues tiende a confundirse en nuestra sociedad.

La aceptación implica reconocer una situación y seguir adelante, mientras que la resignación supone rendirse y dejar de luchar por lo que se desea.

Podríamos decir pues que la aceptación es la capacidad para asumir la vida, tal como es, significa aceptar la realidad, con situaciones agradables o desagradables, sin intentar cambiar o combatir aquello que no podemos controlar.

Es un proceso de tolerancia y de adaptación, no de lucha. Y cuidado, porque si sobreactúas es que sigues peleando pero no cambias nada y entonces te frustras y agotas.

La aceptación, atendiendo al modelo de la psiquiatra Elisaberth Kübler-Ross es la fase final del duelo resuelto, ante una enfermedad crónica, una pérdida irreparable o de cualquier aspecto de la vida que se haga cuesta arriba en su superación y nos someta. Es el fin del sufrimiento que llamamos secundario, pues el primario es intrínseco a la existencia.

Estas fases son por las que transitamos, por ejemplo, cuando se nos muere un ser querido.

Véase:  primero negamos los hechos con pena y dolor “no es posible…”; más adelante nos aparece la rabia, ira, culpabilidad, resentimiento “¿por qué a mi, podía haber hecho algo más..?”; después negociamos porque no nos queda otro remedio “ya no está aquí conmigo, pero lo tendré presente…”; luego podemos caer en depresión, apatía, tristeza o desinterés al quedar agotados y sin fuerzas para vivir sin esa persona o superar definitivamente el suceso, con la aceptación de los hechos inevitables, la reaparición de la esperanza y la reconducción de la vida.

Si no llegamos a la fase final de la aceptación, en torno  a los seis meses o un año, el duelo se cronificará y pasará a ser patológico o complicado.

En un sentido más amplio, la aceptación tiene que ver con: reconocer la realidad, asumiendo las cosas como son, sin intentar cambiar aquello que está fuera de nuestro control. Consentir, aprobando o autorizando una propuesta, idea o situación. Tolerancia, aceptando las diferencias y opiniones de los demás, aunque no las compartamos.

La aceptación puede manifestarse en diversos ámbitos de nuestra vida y en diferentes planos:

  • Personal: cuando aceptamos nuestras fortalezas y debilidades, o las cosas que nos suceden.
  • Social: aceptando las normas y costumbres de nuestra sociedad, y las personas que la integran junto a sus diferencias.
  • Emocional: aceptando nuestras emociones, tanto las positivas como las negativas, sin juzgarlas.
  • Y en el plano cognitivo, cuando aceptamos nuestros pensamientos, pues al fin y al cabo son nuestros y no son más que eso: pensamientos.

Se ha demostrado que la aceptación es una habilidad fundamental para el bienestar emocional de los humanos porque al aceptar lo que no podemos cambiar, liberamos energía mental y podemos enfocarnos en lo que sí está bajo nuestro control. Aunque para ello necesitaremos tener compromiso atendiendo a nuestros valores… pero de eso hablaremos luego.


Una antigua plegaria nos abre muy bien los ojos en relación a la aceptación, dice así: Universo, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.

En términos biológicos, ciertas características físicas y genéticas son más difíciles de modificar que otras. Por ejemplo, la edad que tienes la puedes maquillar pero no cambiar o el sexo biológico, aunque en la actualidad ya te puedas operar y hormonar si eres hombre y te sientes mujer o viceversa. Como ves,  estos aspectos pueden experimentar cambios a lo largo de la vida, aunque sean más graduales o limitados.

Sin embargo, si nos centramos en los aspectos psicológicos y sociales, la respuesta se vuelve más matizada:

  • Algunos aspectos de la naturaleza humana, como la necesidad de pertenencia, el deseo de reconocimiento o la búsqueda de significado, parecen ser universales y difíciles de erradicar.
  • Aunque podemos modificar la forma en que recordamos los eventos, los recuerdos en sí mismos son difíciles de borrar por completo.
  • El pasado ha moldeado quienes somos, y aunque podemos aprender de él y crecer, no podemos cambiarlo.
  • Las creencias que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida, especialmente aquellas que son fundamentales para nuestra identidad, pueden ser difíciles de modificar.

¿Y qué cosas o aspectos, sí se pueden cambiar?

El ser humano es capaz de un gran cambio: A lo largo de la historia, hemos visto innumerables ejemplos de personas que han superado grandes desafíos y han transformado sus vidas. La capacidad de cambio del ser humano es enorme. Lo que consideramos inmutable en un momento dado puede cambiar en otro, gracias a la experiencia, el aprendizaje y la voluntad de reinventarnos.

  • La plasticidad del cerebro: Nuestro cerebro es un órgano adaptable que puede cambiar y reorganizarse a lo largo de la vida, lo que nos permite aprender nuevas habilidades y modificar nuestros patrones de pensamiento y comportamiento.
  • La influencia del entorno: Nuestro entorno social y cultural tiene un gran impacto en quienes somos y en lo que somos capaces de lograr.

Se ha comprobado, desde las terapias psicológicas de tercer generación, que la aceptación nos da:

  • Paz interior, al reducir la resistencia y la lucha contra la realidad.
  • En las relaciones interpersonales, nos permite empatizar y comprender mejor a los demás.
  • Y al permitirnos aprender de nuestras experiencias y superar los obstáculos, desarrollamos un mayor crecimiento personal.

Pero, ¿qué es esto de la tercera generación en psicología? 

La primera ola o terapias de primera generación corresponde a los llamados conductistas o psicólogos conductuales –principios del siglo XX- en oposición al modelo freudiano o psicoanalítico que imperó desde finales del siglo XIX. Los terapeutas conductitas se basaban sobre todo en la conducta y el aprendizaje.

La segunda ola, o de segunda generación, surgen en la década de los 60 y son las llamadas Terapias Cognitivo-conductuales porque consideran el pensamiento como la causa principal de la conducta y de ahí en sus terapias de reestructuración cognitiva.

La llegada de lo que se ha dado en llamar la tercera ola de la modificación de conducta, después de la revolución cognitiva, ha surgido con la aparición de una serie de terapias experienciales y contextuales, como son la Terapia Dialéctico Conductual, la Terapia de pareja integradora, la Terapia cognitiva basada en la conciencia o Mindfulness o la terapia de aceptación y compromiso, en adelante "ACT", en la que me especialicé e hice mi tesis doctoral en 2014, titulada “Eficacia de la psicoterapia grupal de aceptación y compromiso -act- en pacientes de fibromialgia: un estudio controlado randomizado a 6 meses” que podéis encontrar íntegra en internet, si os interesa el ese tema.

Estas nuevas terapias de tercera generación enfatizan elementos como la aceptación, término protagonista de este podcast, la conciencia plena, la desactivación cognitiva, la dialéctica, los valores, la espiritualidad o las relaciones.  Y están siendo un marco muy potente para realizar cualquier proceso psicoterapéutico como el abordaje de: ansiedad, alcoholismo, trastornos alimentarios, dolor crónico, trastornos obsesivos compulsivos, fobia social, consumo de drogas, problemas psico-oncológicos, depresión, esquizofrenia y brotes psicóticos, trastornos de la personalidad, estrés laboral, esclerosis múltiple, diabetes, problemas de hiper-sexualidad, epilepsia, burnout, violencia de pareja, estados post-operatorios o rendimiento deportivo, entre otros… por tanto, ya ves que las aplicaciones terapéuticas son amplísimas y su eficacia también.

¿Qué propone ACT?

Principalmente, que aquello que nos genera malestar o nos produzca dolor no ha de ser rápidamente erradicado o eliminado a través de todos los medios disponibles con estrategias o técnicas de control de los eventos privados, tales como eliminación, supresión, evitación o sustitución

Porque como resultado de ello, una persona puede generar un patrón rígido de actuación centrado en exclusiva en la continua evitación de sus eventos privados, limitando drásticamente su vida en ello y cayendo en un posible trastorno de evitación experiencial.

Y esto tiene mucho que ver con la sociedad actual en la que vivimos, excesivamente proteccionista, muy consumista  y muy hedonista…, en la que no nos permitimos estar tristes y todo tiene que ver con la tiranía de la felicidad, la irreal perfección y con los muchos likes seductores que elevan nuestra autoestima social para escapar y no sufrir.

Aceptación en lugar de control:
  • Reconocimiento de los pensamientos y emociones: La ACT invita a los pacientes a observar sus pensamientos y emociones como eventos mentales, sin necesidad de luchar contra ellos o juzgarlos. Luego haremos una pequeña práctica.
  • Flexibilidad psicológica: Al aceptar lo que no se puede cambiar, se fomenta la capacidad de adaptarse a diferentes situaciones y vivir el presente.

Valores personales como guía:

  • Identificación de lo que realmente importa: La ACT ayuda a los pacientes a clarificar sus valores respecto a la familia, el trabajo o los estudios, amigos, tiempo libre, aficiones, espiritualidad,… y a tomar decisiones alineadas con ellos.
  • Acción comprometida: En lugar de centrarse en la eliminación de los síntomas, la ACT promueve la acción en dirección a los valores personales, incluso en presencia de dificultades. Ha tener direcciones valiosas, objetivos y corrección en caso de necesidad.

Presente psicológico:

  • Atención plena: La ACT incorpora técnicas de mindfulness para cultivar la atención al momento presente, reduciendo la influencia de pensamientos negativos sobre el pasado o el futuro.
  • Desapego de los pensamientos: Al observar los pensamientos sin identificarse con ellos, se disminuye su poder sobre nuestras emociones y comportamientos.

Lenguaje funcional:

  • Reconstrucción del lenguaje: La ACT cuestiona el lenguaje que utilizamos para describir nuestras experiencias, ya que puede reforzar patrones de pensamiento disfuncionales.
  • Flexibilidad cognitiva: Al cambiar la forma en que hablamos de nosotros mismos y de nuestras experiencias, se promueve una mayor flexibilidad psicológica.

En resumen, ACT ofrece una alternativa a las terapias tradicionales al enfatizar la aceptación, los valores personales y la atención plena. Al hacerlo, ayuda a los pacientes a desarrollar una mayor flexibilidad psicológica y a vivir una vida más plena y significativa

Anécdota divertida relacionada con la aceptación: El optimista en la tormenta

Un optimista se encontraba de campamento cuando de repente, una tormenta eléctrica descargó toda su furia sobre el lugar. Árboles caían, el viento aullaba y el cielo se iluminaba con constantes relámpagos.

A pesar de la situación, el optimista salió de su tienda, levantó los brazos al cielo y exclamó: "¡Qué espectáculo tan maravilloso! ¡La naturaleza en todo su esplendor!"

Un compañero, un poco más pesimista, lo miró asombrado y le dijo: "¡Pero si estamos a punto de que nos caiga un rayo encima!"

El optimista sonrió y respondió: "¡Exacto! ¡Y yo aquí, justo debajo, para recibirlo con los brazos abiertos!"

 Elementos clave de la anécdota:

  • Situación adversa: Una tormenta eléctrica, un evento natural que suele generar miedo y preocupación.
  • Dos perspectivas: El optimista, que encuentra belleza en la situación, y el pesimista, que solo ve el peligro.
  • Aceptación: El optimista acepta la situación tal cual es, sin tratar de cambiarla, y encuentra una manera de disfrutarla.
  • Cambio de perspectiva: El optimista transforma una experiencia potencialmente negativa en una positiva a través de su actitud.

¿Qué podemos aprender de esta anécdota?

  • La importancia de la actitud: Nuestra actitud ante los eventos determina en gran medida cómo los experimentamos. Podemos elegir ver el vaso medio lleno o medio vacío.
  • La aceptación como herramienta: Aceptar lo que no podemos cambiar nos libera de la frustración y nos permite enfocarnos en lo que sí podemos controlar, como nuestra actitud.
  • La capacidad de encontrar lo positivo: Incluso en las situaciones más difíciles, siempre hay algo positivo que podemos encontrar si buscamos con atención.

Bueno, igual a esta historieta le cabría un tercer personaje, el realista… igual lo estabas pensando mientras la escuchabas. Uno no puede morir de tanto optimismo, quizás a veces toca actuar con un poco más de cautela o prevención, esperando a que escampe.

Te propongo para entrenar la aceptación, lo siguiente:

1. Detecta qué situaciones o circunstancias hay en tu vida que no te satisfacen o te causan un especial malestar, así como los diferentes grados en que los sientes.

2. Date permiso para sentir, para escucharte y para expresar lo que sientes. Identifica tus emociones displacenteras, ponles nombre. 

3. Incrementa tu tolerancia a sentir la ansiedad, tristeza, miedo, envidia, celos, etc. Nota donde lo sientes en tu cuerpo, quédate un rato sintiéndolo, sin alarmarte. Practica esto con frecuencia.

4. Céntrate en lo que depende de ti. Piensa si hay algo que puedas hacer para resolver la situación de malestar. Céntrate en lo que está en tu mano con un plan que pueda hacer que te sientas mejor. Si no puedes hacer nada practica la aceptación, no intentes combatir o cambiar la situación desagradable.   

5. No consideres la emoción como un peligro a vigilar. No te resignes ni te dejes llevar por la apatía o por el regodeo emocional, piensa en pequeños pasos y acciones que puedas llevar a cabo.

6. Afronta las emociones inteligentemente, sin rumiar en busca de causas y porqués estériles. Enfócate en “PARA QUÉ” me puede estar ocurriendo esto o para qué me puede servir… qué puedo aprender de esta situación.

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