Hace unos días me llamó la atención un estudio reciente, de una organización benéfica de salud mental juvenil, en el que se revelaba que a tres de cada cuatro niños de hasta 12 años no les gusta su cuerpo y se avergüenzan de su apariencia, aumentando la estadística a ocho de cada 10 jóvenes, de 18 a 21 años. Es decir, tenemos un problema serio de aceptación en nuestra infancia y juventud.
Aceptación es un término que se utiliza para reconocer, admitir y dar consentimiento a algo o a alguien. No tiene porqué ser estar de acuerdo.
Es importante diferenciar la aceptación de la resignación pues tiende a confundirse en nuestra sociedad.
La
aceptación implica reconocer una situación y seguir adelante, mientras que la
resignación supone rendirse y dejar de luchar por lo que se desea.
Podríamos
decir pues que la aceptación es la capacidad para asumir la vida, tal como es,
significa aceptar la realidad, con situaciones agradables o desagradables, sin
intentar cambiar o combatir aquello que no podemos controlar.
Es un
proceso de tolerancia y de adaptación, no de lucha. Y cuidado, porque si
sobreactúas es que sigues peleando pero no cambias nada y entonces te frustras
y agotas.
La aceptación, atendiendo al modelo de la psiquiatra
Elisaberth Kübler-Ross es la fase final del duelo resuelto, ante una
enfermedad crónica, una pérdida irreparable o de cualquier aspecto de la vida
que se haga cuesta arriba en su superación y nos someta. Es el fin del
sufrimiento que llamamos secundario, pues el primario es intrínseco a la
existencia.
Estas fases
son por las que transitamos, por ejemplo, cuando
se nos muere un ser querido.
Véase:
primero negamos los hechos con pena y dolor “no
es posible…”; más adelante nos aparece la rabia, ira, culpabilidad,
resentimiento “¿por qué a mi, podía haber hecho algo más..?”; después
negociamos porque no nos queda otro remedio “ya no está aquí conmigo, pero lo
tendré presente…”; luego podemos caer en depresión, apatía, tristeza o
desinterés al quedar agotados y sin fuerzas para vivir sin esa persona o superar
definitivamente el suceso, con la aceptación de los hechos inevitables, la
reaparición de la esperanza y la reconducción de la vida.
Si no
llegamos a la fase final de la aceptación, en torno a los seis meses o un año, el duelo se
cronificará y pasará a ser patológico o complicado.
En un sentido más amplio, la aceptación tiene que ver con: reconocer la realidad, asumiendo las cosas como son, sin intentar cambiar aquello que está fuera de nuestro control. Consentir, aprobando o autorizando una propuesta, idea o situación. Tolerancia, aceptando las diferencias y opiniones de los demás, aunque no las compartamos.
La aceptación
puede manifestarse en diversos ámbitos de nuestra vida y en diferentes planos:
- Personal: cuando aceptamos nuestras
fortalezas y debilidades, o las cosas que nos suceden.
- Social: aceptando las normas y
costumbres de nuestra sociedad, y las personas que la integran junto a sus
diferencias.
- Emocional: aceptando nuestras emociones,
tanto las positivas como las negativas, sin juzgarlas.
- Y en el plano cognitivo, cuando aceptamos nuestros
pensamientos, pues al fin y al cabo son nuestros y no son más que eso:
pensamientos.
Se ha demostrado que la aceptación es una habilidad fundamental para el bienestar emocional de los humanos porque al aceptar lo que no podemos cambiar, liberamos energía mental y podemos enfocarnos en lo que sí está bajo nuestro control. Aunque para ello necesitaremos tener compromiso atendiendo a nuestros valores… pero de eso hablaremos luego.
Una antigua
plegaria nos abre muy bien los ojos en relación a la aceptación, dice así: Universo,
dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar
las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.
En términos biológicos, ciertas características físicas y genéticas son más difíciles de modificar que otras. Por ejemplo, la edad que tienes la puedes maquillar pero no cambiar o el sexo biológico, aunque en la actualidad ya te puedas operar y hormonar si eres hombre y te sientes mujer o viceversa. Como ves, estos aspectos pueden experimentar cambios a lo largo de la vida, aunque sean más graduales o limitados.
Sin embargo,
si nos centramos en los aspectos psicológicos y sociales, la respuesta se
vuelve más matizada:
- Algunos aspectos de la
naturaleza humana, como la necesidad de pertenencia, el deseo de
reconocimiento o la búsqueda de significado, parecen ser universales y
difíciles de erradicar.
- Aunque podemos modificar la
forma en que recordamos los eventos, los recuerdos en sí mismos son
difíciles de borrar por completo.
- El pasado ha moldeado quienes
somos, y aunque podemos aprender de él y crecer, no podemos cambiarlo.
- Las
creencias que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida, especialmente
aquellas que son fundamentales para nuestra identidad, pueden ser
difíciles de modificar.
¿Y qué cosas o aspectos, sí se pueden cambiar?
El ser humano es capaz de un gran cambio: A lo largo de la historia, hemos visto innumerables ejemplos de personas que han superado grandes desafíos y han transformado sus vidas. La capacidad de cambio del ser humano es enorme. Lo que consideramos inmutable en un momento dado puede cambiar en otro, gracias a la experiencia, el aprendizaje y la voluntad de reinventarnos.
- La plasticidad del cerebro: Nuestro cerebro es un órgano
adaptable que puede cambiar y reorganizarse a lo largo de la vida, lo que
nos permite aprender nuevas habilidades y modificar nuestros patrones de
pensamiento y comportamiento.
- La influencia del entorno: Nuestro entorno social y
cultural tiene un gran impacto en quienes somos y en lo que somos capaces
de lograr.
Se ha comprobado, desde las terapias psicológicas de tercer generación, que la aceptación nos da:
- Paz interior, al reducir la resistencia y la
lucha contra la realidad.
- En las relaciones
interpersonales, nos
permite empatizar y comprender mejor a los demás.
- Y al permitirnos aprender de
nuestras experiencias y superar los obstáculos, desarrollamos un mayor crecimiento
personal.
Pero, ¿qué es esto de la tercera generación en psicología?
La primera ola o terapias de primera generación corresponde
a los llamados conductistas o psicólogos conductuales –principios del siglo XX-
en oposición al modelo freudiano o psicoanalítico que imperó desde finales del
siglo XIX. Los terapeutas conductitas se basaban sobre todo en la conducta y el
aprendizaje.
La segunda ola, o de segunda generación, surgen en la década
de los 60 y son las llamadas Terapias Cognitivo-conductuales porque consideran
el pensamiento como la causa principal de la conducta y de ahí en sus terapias
de reestructuración cognitiva.
La llegada de lo que se ha dado
en llamar la tercera ola de la modificación de conducta, después de la
revolución cognitiva, ha surgido con la aparición de una serie de terapias
experienciales y contextuales, como son la Terapia Dialéctico Conductual, la
Terapia de pareja integradora, la Terapia cognitiva basada en la conciencia o
Mindfulness o la terapia de aceptación y compromiso, en adelante "ACT", en la que me especialicé e
hice mi tesis doctoral en 2014, titulada “Eficacia de la psicoterapia grupal de
aceptación y compromiso -act- en pacientes de fibromialgia: un estudio
controlado randomizado a 6 meses” que podéis encontrar íntegra en internet, si
os interesa el ese tema.
Estas nuevas terapias de tercera
generación enfatizan elementos como la aceptación, término protagonista de este
podcast, la conciencia plena, la desactivación cognitiva, la dialéctica, los
valores, la espiritualidad o las relaciones.
Y están siendo un marco muy potente para realizar cualquier proceso psicoterapéutico
como el abordaje de: ansiedad, alcoholismo, trastornos alimentarios, dolor
crónico, trastornos obsesivos compulsivos, fobia social, consumo de drogas,
problemas psico-oncológicos, depresión, esquizofrenia y brotes psicóticos,
trastornos de la personalidad, estrés laboral, esclerosis múltiple, diabetes,
problemas de hiper-sexualidad, epilepsia, burnout, violencia de pareja, estados
post-operatorios o rendimiento deportivo, entre otros… por tanto, ya ves que
las aplicaciones terapéuticas son amplísimas y su eficacia también.
¿Qué propone ACT?
Principalmente, que aquello que nos
genera malestar o nos produzca dolor no ha de ser rápidamente erradicado o
eliminado a través de todos los medios disponibles con estrategias o técnicas
de control de los eventos privados, tales como eliminación, supresión,
evitación o sustitución
Porque como resultado de ello,
una persona puede generar un patrón rígido de actuación centrado en exclusiva
en la continua evitación de sus eventos privados, limitando drásticamente su
vida en ello y cayendo en un posible trastorno de evitación experiencial.
Y esto tiene mucho que ver con la
sociedad actual en la que vivimos, excesivamente proteccionista, muy
consumista y muy hedonista…, en la que
no nos permitimos estar tristes y todo tiene que ver con la tiranía de la felicidad,
la irreal perfección y con los muchos likes seductores que elevan nuestra
autoestima social para escapar y no sufrir.
- Reconocimiento de los
pensamientos y emociones: La ACT invita a los pacientes a observar sus
pensamientos y emociones como eventos mentales, sin necesidad de luchar
contra ellos o juzgarlos. Luego haremos una pequeña práctica.
- Flexibilidad psicológica: Al aceptar lo que no se puede
cambiar, se fomenta la capacidad de adaptarse a diferentes situaciones y
vivir el presente.
Valores
personales como guía:
- Identificación de lo que
realmente importa: La ACT ayuda a los pacientes a clarificar sus
valores respecto a la familia, el trabajo o los estudios, amigos, tiempo
libre, aficiones, espiritualidad,… y a tomar decisiones alineadas con
ellos.
- Acción comprometida: En lugar de centrarse en la
eliminación de los síntomas, la ACT promueve la acción en dirección a los
valores personales, incluso en presencia de dificultades. Ha tener
direcciones valiosas, objetivos y corrección en caso de necesidad.
Presente psicológico:
- Atención plena: La ACT incorpora técnicas de
mindfulness para cultivar la atención al momento presente, reduciendo la
influencia de pensamientos negativos sobre el pasado o el futuro.
- Desapego de los pensamientos: Al observar los pensamientos
sin identificarse con ellos, se disminuye su poder sobre nuestras
emociones y comportamientos.
Lenguaje funcional:
- Reconstrucción del lenguaje: La ACT cuestiona el lenguaje
que utilizamos para describir nuestras experiencias, ya que puede reforzar
patrones de pensamiento disfuncionales.
- Flexibilidad cognitiva: Al cambiar la forma en que
hablamos de nosotros mismos y de nuestras experiencias, se promueve una
mayor flexibilidad psicológica.
En resumen, ACT ofrece una alternativa a las
terapias tradicionales al enfatizar la aceptación, los valores personales y la
atención plena. Al hacerlo, ayuda a los pacientes a desarrollar una mayor
flexibilidad psicológica y a vivir una vida más plena y significativa
Anécdota divertida relacionada con la aceptación: El
optimista en la tormenta
Un optimista se encontraba de campamento cuando de repente, una tormenta
eléctrica descargó toda su furia sobre el lugar. Árboles caían, el viento
aullaba y el cielo se iluminaba con constantes relámpagos.
A pesar de la situación, el optimista salió de su tienda, levantó los brazos
al cielo y exclamó: "¡Qué espectáculo tan maravilloso! ¡La naturaleza en
todo su esplendor!"
Un compañero, un poco más pesimista, lo miró asombrado y le dijo:
"¡Pero si estamos a punto de que nos caiga un rayo encima!"
El optimista sonrió y respondió: "¡Exacto! ¡Y yo aquí, justo debajo,
para recibirlo con los brazos abiertos!"
Elementos clave de la anécdota:
- Situación adversa: Una tormenta eléctrica, un
evento natural que suele generar miedo y preocupación.
- Dos perspectivas: El optimista, que encuentra
belleza en la situación, y el pesimista, que solo ve el peligro.
- Aceptación: El optimista acepta la
situación tal cual es, sin tratar de cambiarla, y encuentra una manera de
disfrutarla.
- Cambio de perspectiva: El optimista transforma una
experiencia potencialmente negativa en una positiva a través de su
actitud.
¿Qué podemos
aprender de esta anécdota?
- La importancia de la actitud: Nuestra actitud ante los
eventos determina en gran medida cómo los experimentamos. Podemos elegir
ver el vaso medio lleno o medio vacío.
- La aceptación como herramienta: Aceptar lo que no podemos
cambiar nos libera de la frustración y nos permite enfocarnos en lo que sí
podemos controlar, como nuestra actitud.
- La capacidad de encontrar lo
positivo:
Incluso en las situaciones más difíciles, siempre hay algo positivo que
podemos encontrar si buscamos con atención.
Bueno, igual a esta historieta le cabría un tercer
personaje, el realista… igual lo estabas pensando mientras la escuchabas. Uno
no puede morir de tanto optimismo, quizás a veces toca actuar con un poco más
de cautela o prevención, esperando a que escampe.
Te propongo para entrenar la aceptación, lo siguiente:
1. Detecta qué situaciones o circunstancias hay en tu vida
que no te satisfacen o te causan un especial malestar, así como los diferentes
grados en que los sientes.
2. Date permiso para sentir, para escucharte y para expresar
lo que sientes. Identifica tus emociones displacenteras, ponles nombre.
3. Incrementa tu tolerancia a sentir la ansiedad, tristeza,
miedo, envidia, celos, etc. Nota donde lo sientes en tu cuerpo, quédate un rato
sintiéndolo, sin alarmarte. Practica esto con frecuencia.
4. Céntrate en lo que depende de ti. Piensa si hay algo que
puedas hacer para resolver la situación de malestar. Céntrate en lo que está en
tu mano con un plan que pueda hacer que te sientas mejor. Si no puedes hacer
nada practica la aceptación, no intentes combatir o cambiar la situación
desagradable.
5. No consideres la emoción como un peligro a vigilar. No te
resignes ni te dejes llevar por la apatía o por el regodeo emocional, piensa en
pequeños pasos y acciones que puedas llevar a cabo.
6. Afronta las emociones inteligentemente, sin rumiar en
busca de causas y porqués estériles. Enfócate en “PARA QUÉ” me puede estar
ocurriendo esto o para qué me puede servir… qué puedo aprender de esta
situación.
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