Las cuerdas del alpinista estaban preparadas al igual que su piolet en la falda de la montaña. Había llegado a esas inmediaciones después de un largo viaje. Conocía algunas alturas de diferentes puntos geográficos pero aquélla siempre le había interesado por su elegancia, esquivez y orografía complicada. Dispuesto a conquistarla se puso las botas, bien amarradas, pues el camino lo requería. Se vistió con la ropa adecuada y cargó provisiones en la mochila al desconocer con exactitud el día y la hora de regreso. El mochilero había hecho ya acto de presencia en las primeras rampas.
Los ojos se habían cruzado en la penumbra reinante, estaban dichosos y contentos hasta que salieron como rebotadas aquellas palabras cargadas de contenido inquisitorial: ¿en qué estás pensando?
Las órbitas del interpelado perdieron su esplendor y se escondieron en retirada asustada y presas de pánico.
Las manos estaban en contacto, entrelazadas y en guardia. Con cierta presión, emanaban inspiración y cercanía. Poco a poco abandonaron su postura como atronadas en la recepción de mensajes musculares y nerviosos contradictorios.
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El escalador comenzaba a sudar al producirse un cambio climático impresionante en pocos metros y en menos tiempo. Con gusto se hubiera desprendido de sus ropas pero no sabía a ciencia cierta lo que le esperaba en su ascensión. Con esta incógnita había llegado a muchas cumbres y la gracia estaba precisamente allí, en el riesgo y la aventura. Decidió desabrocharse el primer equipo y esperar acontecimientos sin parar de trepar.
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Todavía permanecían juntos los cuerpos y en contacto. Sudorosos por la excitación y repletos de vida, dentro de la burbuja, formada por la conjunción perfecta de todas las formas y piezas que en poco tiempo habían elevado su belleza al infinito.
Un temblor sacudió, dentro de los límites del vacío envuelto de sensaciones, a uno de los participantes del encuentro. La corriente de aire afectaba todos los contornos de su figura. Encogida y despegada buscaba soledad y fuerza de sus adentros para sobrevivir a la ventisca, la nieve y los bajo cero.
¿En qué estás pensando?
¡Dichosa pregunta!, la que hiciste después de haberla olvidado durante mucho tiempo. Esta, marcaba la pauta del fin, por el momento en que se vertía. Demostraba ansias de conocer demasiado, lo más profundo de la persona que estaba enfrente de ti. Su musicalidad limitaba absolutamente el destino del mensaje.
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