Este podría ser el inicio de cualquiera de los cuentos narrados o leídos. Pero no se trata de un ejercicio literario pues ese pequeño reino existe, se encuentra al lado del Himalaya entre China e India, y se lama Bután.
Curiosamente el gobierno de ese pequeño estado asiático y budista, considera la felicidad igual de importante que la economía, con un indicador fascinante: felicidad nacional bruta. Es decir, el bienestar social y el crecimiento económico van de la mano para conseguir la felicidad de su población, unos 800.000 habitantes.
No es de extrañar, con esta simpática forma de medir la vida, que Transparencia Internacional, uno de los organismos que miden la corrupción mundial, coloca a Bután como una monarquía poco corrupta, bastante transparente y un pueblo parcialmente libre.
Uno de los padres de la psicología positiva Martin Seligman nos describe los cinco componentes que resaltan en las personas que dicen sentirse felices: aumentan las emociones positivas; ponen en práctica las fortalezas personales, con compromiso y flujo de conciencia; mantienen relaciones que les nutren, basadas en el apoyo y la compañía de los otros; tienen un plan que da sentido a la vida; y establecen metas o logros, que les motivan a seguir adelante.
Dicho modelo de bienestar vendría avalado necesariamente por las influencias que todo ser humano tiene, basadas en aspectos biológicos, psicológicos, procesos mentales y socioculturales. Es decir, que en esa complejidad racional entran de lleno mecanismos biológicos cerebrales, influencias hormonales, predisposición genética y rasgos adaptativos de selección natural. A esos, por si fueran pocos, se les unen las interpretaciones que hacemos de las cosas, nuestros temores vitales, las respuestas aprendidas, la presencia e influencia de otros, y los llamados modelos convincentes como los medios de comunicación.
Y que decir de la inteligencia, ¿influye en la felicidad? Pues parece que el cociente intelectual no es
suficiente para alcanzar un éxito significativo, más bien depende de otros factores como las habilidades para encontrar soluciones prácticas a los problemas del día a día, la creatividad, la inteligencia
emocional o la capacidad de gestionar las emociones, como popularizó el psicólogo
estadounidense Daniel Goleman. En definitiva, los logros extraordinarios
obedecen menos al talento que a la oportunidad.
La cuestión es si encontraremos vida inteligente más allá de esta sociedad. Si alguna constitución o legislación de este lado del planeta se atreverá a poner en valor la felicidad de las gentes para consumar la autorrealización de cada persona sin distinción. Si nuestros gobernantes, más allá de mirarse el ombligo y mantenerse en el poder, serán capaces de comprender que los términos: economía, libertad, bienestar, igualdad, justicia y progreso, van de la mano y pueden cotizar perfectamente al alza.
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