Aunque sean pequeños objetos o aspectos insignificantes los que pasan desapercibidos quizás sean estos esenciales para captar la grandeza de las cosas. En las relaciones sociales buscamos los matices de los encuentros o de las conversaciones, cuando nos impactan ciertas personas por un motivo determinado. Incluso entre las letras de algún manual que no podemos dejar de leer por la belleza que esconde, rebuscamos o releemos por si nos queda algún matiz suelto. A posteriori ponemos en marcha los almacenes de la memoria para hacer sitio y guardar aquello que nos da más vida o nos permite soñar por el buen recuerdo dejado.

Habitualmente solemos deambular en nuestros razonamientos entre emociones y pensamientos, que bailan al unísono con la conducta. Y a pesar de ser el cerebro un órgano evolutivo de primera magnitud, la esencia de la conciencia esconde esas pequeñas cosas como enigmas que afloran cuan flor en primavera, aunque otras veces se instalan en el más frío invierno y todo se cubre como si nos fuera la supervivencia en ello.
Sobre las pequeñas cosas y sus matices podemos destacar algunas aportaciones interesantes:
Robert Brault nos aconseja que disfrutemos de las pequeñas cosas, porque tal vez un día volvamos la vista atrás, y nos demos cuenta de que eran cosas grandes.
Hasta Serrat las cantó así: "Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón..."
También el economista alemán Schumacher tiene una colección de ensayos y uno de ellos lo titula: "Small is beautiful", defendiendo lo pequeño frente a cuanto más grande mejor.
Y el escritor Augusto Monterroso nos narra el cuento más corto de la literatura con una belleza sin límites en una única frase: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
Hasta Serrat las cantó así: "Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón..."
También el economista alemán Schumacher tiene una colección de ensayos y uno de ellos lo titula: "Small is beautiful", defendiendo lo pequeño frente a cuanto más grande mejor.
Y el escritor Augusto Monterroso nos narra el cuento más corto de la literatura con una belleza sin límites en una única frase: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
Lo anterior nos demuestra que la magnitud de lo importante no se mide por escalas métricas infinitas sino por detalles de grandeza que quizás desde lo efímero rayen lo espiritual. Un simple beso, un abrazo inesperado o una dulce sonrisa son evidencias de ternura, amistad, admiración o gestos universales cargados de potentes significados. Un atardecer sintiendo la cercanía de la persona querida o pasear por la naturaleza con los cinco sentidos activados nos pueden llevar a saborear la inmensidad de las cosas.
Si además echamos a volar la imaginación, una palabra nos puede conducir a escribir un discurso; un aroma trasladarnos y contar una historia; o un sonido puede ser la partitura musical perfecta de toda una vida.
Por tanto, si la esencia se sirve en frasco pequeño es porque es más sorprendente, brilla desde la sencillez, alcanzando una frescura fácil y gran hermosura; no depende de etiquetas, rodeos o vagas explicaciones. No es necesario entrar al detalle ni explicar con circunloquios pues lo poco es mucho y algo es todo.
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