Seguro que has escuchado alguna vez esta frase de una persona refiriéndose a otra: “es que tiene una gran personalidad” o lo contrario “si es que… no tiene personalidad”,
Entonces, ¿qué es realmente la personalidad?
Pues bien, habitualmente confundimos
la personalidad con la fuerza o debilidad de imponer una idea o creencia frente
a las opiniones de los demás, y no es así.
Si nos atenemos al término,
personalidad, éste proviene del vocablo latino «persona», derivado a su vez del
griego prosopon, que significa «máscara».
Para Cicerón, en la Roma del siglo I, «persona» tenía cuatro
sentidos diferentes: la imagen que ofrecía una persona ante los demás; el papel
que el comediante tenía en una obra y que representaba en la vida; la
interacción de las cualidades del individuo; y sinónimo de prestigio y
dignidad, que seguramente es la acepción que predomina en la actualidad.
Los psicólogos, estudiosos de
este campo, consideran que la personalidad es la estructuración de los
pensamientos, de las emociones y de las conductas, que conforman a cada
individuo. Es un patrón de comportamiento relativamente estable que nos caracteriza
a lo largo del tiempo y a través de distintas situaciones, aunque se desarrolla
a lo largo de la vida.
Y como la estructura del ser
humano es diversa, la personalidad que poseemos cada uno nos hace distintos a los demás.
Son los procesos psicológicos
(las emociones, los pensamientos y las conductas) los que originan la
personalidad de cada uno y de cada una, y no al revés. O sea, que tú eres así,
y eres único/a, y además como dice Serrat en una bella canción: y bajas las
escaleras como quieres.
Vivimos condicionados y
programados desde el nacimiento. De hecho, los genes, la realidad social y
cultural, y la educación recibida, nos van a influir de una forma determinante en
la configuración de nuestra personalidad.
Una de las discusiones más
antiguas de la historia de la psicología es el debate entre naturaleza y
crianza (nature versus nurture), o dicho de otra manera ¿nacemos o nos hacemos?
Sabemos que la codificación genética
de cada célula humana determina diferentes rasgos: color de ojos, pelo, orejas,
estatura y otras muchas características. Y también conocemos, porque se han
estudiado a mellizos y gemelos criados por separado, que estos muestran
comportamientos muy parecidos.
A su vez, está demostrado que en
la crianza, los factores ambientales constituyen un elemento esencial de
nuestro comportamiento.
Pues bien, solo nos quedaría
establecer qué porcentaje tenemos de genética y cuánto de ambiente o crianza en
el sumatorio de nuestra personalidad.
¿Cuánto crees tú, cuál es tu
apuesta: ¿50 %-50%; 60%-40%...?
Estas proporciones depende de autores y de estudios, pero por ahí van los tiros,… más o menos. Otra forma más práctica de verlo sería la siguiente: nacemos con unos rasgos y las condiciones de nuestra vida nos van modulando
Frecuentemente en lo cotidiano
confundimos personalidad, temperamento y carácter. Tomamos estos términos como
sinónimos y no lo son. De hecho, la personalidad es la conjunción del
temperamento y del carácter en una única estructura y consiste en un conjunto
de características psicológicas que expresamos en todos nuestros actos.
Ya dijo D. José Ortega y Gasset
aquello de: Yo soy yo y mis circunstancias.
Si nos ponemos rigurosos y
metódicos, el temperamento tiene que ver con nuestra herencia biológica. Representa
la influencia de la naturaleza física codificada y es difícil de cambiar o
modificar. Por tanto, no te empeñes demasiado en cambiar el temperamento porque
será tarea harto complicada, aunque te digan el piropo: ¡si es que tiene un
temperamento de aúpa…!
Una de las primeras
personalidades históricas en desarrollar una teoría del temperamento fue el médico griego Hipócrates.
Alrededor de los siglos IV y V a.
C., en la Grecia de Hipócrates, tenía mucha importancia la creencia de que todo
lo que existe en el mundo estaba compuesto por unos pocos elementos combinados
entre sí.
E Hipócrates, considerado el
padre de la medicina, de ahí el juramento hipocrático de los médicos, adoptó
este punto de vista al defender la idea de que el cuerpo humano estaba formado
por 4 sustancias básicas, también llamadas humores: sangre, bilis negra, bilis
amarilla y flema, que se alteraban en caso de enfermedad y que daban lugar a 4
temperamentos: temperamento sanguíneo, flemático, melancólico y colérico.
Hagamos un pequeño juego
imaginativo. Piensa que estamos en el
siglo II a. C y que nos recibe en su consulta el famoso médico de la escuela de
gladiadores D. Galeno de Pérgamo pues queremos saber qué temperamento tenemos, y
él nos da estas pistas:
¿Eres alegre, optimista y buscas
la compañía de los demás, aunque cambias de parecer con facilidad?,… pues eres
más bien aire y tu temperamento es sanguíneo.
¿Eres sensible, creativo,
introvertido, abnegado, perfeccionista, aunque tu humor varía con facilidad y
eres propenso a la tristeza?,…eres más bien tierra y tu temperamento es melancólico.
¿Eres de voluntad fuerte,
independiente y de sentimientos impulsivos?,… eres más bien fuego y tu temperamento
es colérico
¿Eres sereno, tranquilo,
perseverante y racional, aunque te demoras en tomar decisiones, eres apático/a
y a veces tienes sangre fría?,… en definitiva eres más bien agua y tu
temperamento es flemático/a.
¿Con qué temperamento predominante
hubieras salido definido/a de la consulta de Galeno?, ¿hubieras pagado al
consultor por las pistas proporcionadas?
Volvamos al tiempo real para
centrarnos en el otro elemento clave de la personalidad que es el carácter.
El carácter, es el conjunto de
reacciones y hábitos de comportamiento que vamos adquiriendo durante la vida.
Es nuestro estilo de comportamiento y supone un cierto grado de conformidad con
las normas sociales.
El entorno físico y social del
lugar en que vivimos, las personas con las que nos relacionamos, la cultura
imperante en cada momento, son factores que pesan mucho en nosotros y nos
condicionan, pues el contexto determina nuestras reacciones y el contexto
inhibe nuestras conductas.
Las investigaciones sobre la personalidad intentan responder a tres cuestiones fundamentales: ¿qué características nos definen a las personas y cómo nos organizamos?, ¿cómo interactúan los factores genéticos, nuestro ADN, con el ambiente?, ¿por qué cada persona se comporta de forma diferente en una situación, y cómo se explican los cambios de conducta y las causas de la conducta anómala?
Se han elaborado diferentes teorías de la personalidad. Todas
ellas son posicionamientos filosóficos curiosos y podemos destacar estas como
más sobresalientes:
Sheldon propone la personalidad
según la estructura corporal: si eres redondo o endomorfo, seguramente te gusta
comer y ser aprobado por los demás; si
eres atlético o mesomorfo, estás seguro de tí mismo y te gusta el riesgo; y si
eres flaco y alargado, eres ectomorfo,
un poco tímido y con inquietudes intelectuales.
Otra teoría es la psicodinámica o
psicoanalítica de Freud que concede gran importancia a los conflictos internos, a
las pulsiones y al inconsciente.
Recientemente se han considerado insuficientes
esos factores para definir la personalidad y se plantean cinco dimensiones
básicas: amabilidad; extroversión, neuroticismo; responsabilidad y apertura a
la experiencia.
Otras escuelas como las
humanistas consideran la imagen de uno mismo como un factor central en el
comportamiento y la adaptación personal. El humanista Rogers escribió un libro muy
recomendable “El proceso de convertirse en persona” dónde destaca que la
diferencia entre una persona sana y otra desadaptada radica en la congruencia o
incongruencia entre el yo y la experiencia, o dicho de otra manera, lo que
somos en realidad es diferente del ideal o de aquello que nos gustaría ser.
Ichazo y Claudio Naranjo han
desarrollado otra teoría llamada Eneagrama que viene a ser como un mapa de
nuestro territorio emocional que podemos utilizar a modo de orientación y
referencia para conocer nuestras limitaciones y potencialidades.
Eneagrama significa en griego
«nueve líneas» y describe, a grandes rasgos, nueve tipos de personalidad, las
siguientes:
2: necesita amor.
3: necesita valoración
4: necesita atención
5: teme expresar
sentimientos.
6: teme tomar decisiones
7: teme sufrir.
8: quiere tener el control
9: quiere evitar el
conflicto
Este esqueleto psicológico
también determina qué nos mueve a ser cómo somos y a hacer lo que hacemos;
cuáles son nuestros principales rasgos de carácter, incluyendo nuestros
defectos y cualidades; qué deseamos y de qué tenemos miedo; e incluso cuál es
la piedra emocional con la que tropezamos una y otra vez a lo largo de nuestra
vida.
Conocemos que la personalidad
humana es vulnerable y a veces surgen trastornos de identidad y de
funcionamiento interpersonal. Según estadísticas recientes, un 10% de la
población general y hasta la mitad de los pacientes psiquiátricos en las unidades
hospitalarias y clínicas tienen un trastorno de la personalidad, siendo el
grado de heredabilidad alrededor del 50%
Un trastorno de personalidad es
un patrón a largo plazo de pensamiento, comportamiento y emoción, muy rígido, disfuncional,
extremista y tiene diferentes causas. Esta forma de pensar, comportarse y
sentir provoca que la persona tenga dificultades en su vida cotidiana para
establecer y mantener relaciones sociales sanas o mantener un trabajo.
El DSM-5, que es el manual de diagnóstico que
utilizamos psicólogos y psiquiatras, agrupa los 10 tipos de trastornos de la
personalidad, en 3 grupos (A, B, y C):
El grupo A, se caracteriza por
parecer raro o excéntrico e incluye los siguientes trastornos:
Paranoide: desconfianza y
sospecha, suelen pensar que los demás intentan humillarlas, dañarlas.
Esquizoide: demuestran falta de
interés en los demás, se encuentran mejor solos.
Esquizotípico: ideas y
comportamientos inusuales y excéntricos, puntos de vista distorsionados de la
realidad y supersticiones.
La categoría B, se caracteriza
por apariencia dramática, emocional o errática e incluye los siguientes:
Antisocial: baja tolerancia a la
frustración, desprecio por los demás, engaño y manipulación para su beneficio
personal.
Límite: vacío interior,
relaciones inestables y desregulación emocional; se autolesionan y tienen miedo
al abandono.
Histriónico: autoimagen
distorsionada, búsqueda de atención y excesiva emocionalidad
Narcisista: auto-grandiosidad,
necesidad de admiración constante y falta de empatía
La categoría C se caracteriza por
la aparición de ansiedad o miedo, e incluye los siguientes:
De evitación: sentimiento de
inferioridad, evita el contacto interpersonal debido a la sensibilidad al
rechazo.
Dependiente: sumisión y necesidad
constante de ser atendidos.
Obsesivo-compulsivo:
perfeccionismo, rigidez y obstinación, necesitan tener todo bajo control.
En consulta, los psicólogos
utilizamos varias herramientas para evaluar la personalidad, entre ellas:
observación directa, entrevista clínica y diferentes cuestionarios o test.
Estas pruebas nos dan pistas para encuadrar el diagnóstico y realizar
psicoterapia individual o grupal, si es necesario, con el objetivo de reducir
el malestar de quién sufre un trastorno de la personalidad, ayudarle a entender
el problema y reducir las conductas inadaptadas
Y no hay personalidades mejores ni peores. Tendremos
que vivir conforme a ella pues se construye, como ya sabes, desde la biología, las
experiencias, la cultura, la sociedad y sus valores.
Puedes escucharlo también pinchando este enlace:
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