V TIERRA Y AUTOESTIMA
Con el atuendo de ese instante, medio corría dejando las melenas sueltas y con una fuerza poderosísima interna se abalanzaba hacia el frente etéreo. La inocencia, el anonimato, la inercia o la necesidad la arropaban para no mirar atrás. Con cierta voluptuosidad acariciaba el piso de las aceras y distraía su atención con los estímulos de ese mundo cerrado que suponía el ocaso de la luz.
La vida seguía siendo ruta en busca del reencuentro con su historia personal. Quería ser caminante que no dejara huellas ni recuerdos por dónde pasara; dueña de los silencios; alquimista de arco iris sin lluvia; renovadora incesante con sorpresas sin límites; navegadora de dulces y plácidas aguas; sirena de peces amigos; árbol que nace sin plantar o tronco que yace sin sufrir. Ser sin sentir, amar sin querer, ver sin mirar, inspirarse sin pensar, recibir sin dar, encontrar sin buscar, desintegrarse sin notarlo.
Cansada de tanto vagar se paró un instante a respirar el aroma de aquel lugar. Las vías respiratorias abiertas al máximo dejaban entrar todas las partículas del ambiente hasta sus entrañas. Olía a pino y madreselva, a jazmín y hierbabuena.
Se encontraba en un parque de la ciudad y decidió quitarse los zapatos y caminar descalza por encima de la hierba, un tanto húmeda por el rocío de la noche. Una noche cargada de estrellas y con luna llena, de cara gorda y ojos alicaídos. Ella iba a ser su primera amiga y delatora, la compañera incansable de viaje, por su aire circunspecto pero con sonrisa siempre presente. La miraría y se entenderían, le contaría todas las penas y dudas, y el silencio valdría como respuesta. La amistad oteando desde la cumbre más alta se impondría a cualquier otro criterio de la razón. Ella y el astro, el astro y ella en comunión como acercadas en el firmamento, flotando entre cómplices miradas de continua cooperación creativa.
De esta manera se tumbó en la hierba, la madre de la vida, benefactora del hambre y elemento esencial, y entornó los ojos por un momento. Sintió un poco de frío y se abrigó con sus propias manos y brazos, como arropándose contra cualquier inclemencia y protegíendose en señal de autoestima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tu opinión